español

Mi relación fallida con Tina fue la impulsora de un cambio fundamental en mi vida porque, abusando de mi papel de despechado, finalmente y para cambiar de ambiente, ya que estaba cursando el último año, comencé a dejar a mis espaldas el conservatorio y acepté finalmente la invitación del profesor Antonio Russo para integrar el Coro de Arquitectura. No hacía mucho tiempo que gracias a él cambió también mi concepto y relación con la música y esto sucedió de la siguiente manera: En el conservatorio todos los alumnos de cualquier especialidad teníamos también Canto Coral como materia obligatoria, pero, de manera lamentable, el profesor que dirigía el Coro era literalmente mediocre, como director y como docente, así que las clases eran puro barullo, desorden y risas. A pesar de eso, cantando algunas obras fáciles, habíamos participado en un encuentro coral en la ciudad de Pergamino. En el ómnibus de vuelta, los más grandes abrieron un par de botellas de alcohol que habían conseguido llevar de contrabando, también a mí me ofrecieron una de Tío Paco y yo, apesadumbrado todavía por la separación de Tina, me bebí media botella directamente del pico. No sé cómo aguanté el resto del viaje, pero ya llegando a destino sentí las consecuencias de la primera de las dos borracheras de mi vida. Algunos compañeros del coro, entre ellos Luis José y su entonces novia luego esposa Leticia me consolaban y ayudaban a vomitar los resabios del Tio Paco en el baño de una cafetería, ya que no quería ni me animaba a volver a casa en ese estado. A las pocas semanas del concierto nos notificaron que el director del coro se jubilaba (tal vez lo despidieron) y venía en su lugar uno más joven, el maestro Antonio Russo. Inmediatamente en el primer ensayo él nos dejó bien en claro que las cosas iban a cambiar radicalmente. Era estricto, más bien implacable, pero también nos sorprendió y nos subyugó su persona y su saber. Creo que fue la primera vez que vi delante de mí un verdadero músico, así como siempre lo imaginé. Los ensayos eran intensos y nos exigía continuamente, pero aun así nos costaba dejar atrás la costumbre de no tomar tan en serio una materia que pensábamos que no nos incumbía ni nos interesaba tanto. Llegó un día en el que estábamos ensayando alguna partitura algo extensa de Schumann y el maestro se enfadó como sólo él podía, enrojeció, frunció el ceño y casi siseando nos reprendió con palabras duras y despectivas. Luego nos advirtió, más bien nos amenazó de que debíamos, como tarea, estudiar de cabo a rabo toda la partitura y luego, de forma aleatoria, debíamos cantar individualmente la parte indicada por él. En el ensayo siguiente todo ocurrió como nos había advertido, fueron respondiendo uno por uno, algunos males, otros apenas bien. Yo, confiando en mi buena estrella, estaba distraído comentando en la grada de los tenores algo con un compañero. Y repentinamente escuché mi nombre, que lo sentí como una sentencia de muerte porque en casa ni siquiera había abierto la partitura. “Alumno Pinczinger, página tal, del compás X hasta el compás Y”. Me puse de pie, y sosteniendo la partitura con manos temblorosas canté la parte que me había tocado sin darme cuenta, por los nervios, de que no había cometido ningún error. Cuando terminé mi cantar el profesor se quedó en silencio unos segundos y luego, para mi sorpresa, se dirigió a los demás poniéndome como ejemplo de aplicación, por la forma en que me había preparado y estudiado la partitura, tal cual él lo había pedido. Me senté en mi lugar con una sensación rara, de que algo no estaba bien. Cuando finalizó el ensayo, me acerqué al maestro y le confesé que en realidad no había estudiado absolutamente nada, que no merecía su elogio y tampoco que fuese puesto como ejemplo delante de los demás. El maestro me miró y me dijo “Entonces usted cantó su parte a primera vista” Sí, le respondí, porque siempre lo había hecho, pero sin tomar conciencia de la dimensión de esta aptitud. Recién en ese momento caí en la cuenta de que había recibido un don especial que merecía ser valorado. Y fue entonces cuando, por primera vez, me llamó a integrar el Coro de Arquitectura. Yo me resistí durante un par de meses, por las experiencias pasadas no me convencía la idea de formar parte de otro coro. Pero también me insistió María Inés, una compañera pianista de la que, durante los años anteriores, como al igual que prácticamente todos los varones del instituto, estaba infructuosamente “enamorado”. Ella era una chica de mi edad, muy talentosa, madura, increíblemente sensual, seductora y, por su manera alegre y tan segura de sí misma, con muchas batallas ganadas en el terreno del amor, que no solo en mis sueños figuraba como el prototipo de la femineidad sino, como dije antes, de muchos otros compañeros, entre ellos también Luis José como en un momento me lo confesó. Pero, y a pesar de que María Inés era inalcanzable para pichones como yo, tuvimos una relación de cierta amistad, aunque no cercana pero sí serena, respetuosa, sincera y cariñosa. Ella, seducida por la personalidad del maestro (más tarde supe que también fue su amante durante un corto tiempo) y como tenía una hermosa voz de soprano, fue la primera en responder al llamado para formar parte del coro y más tarde pudo convencerme a mí también de integrarme a un mundo diferente donde la música, el canto adquiría un significado absolutamente diferente a lo experimentado en el Conservatorio. Fuimos tres los tenores que acudimos al primer ensayo del Coro, y nunca jamás olvidaré las palabras con las que el maestro Russo me presentó. Primer presentó a Gerardo, un muchacho pianista, siempre rigurosamente vestido con camisa, saco y corbata, cigarrillo en la mano, que se ganaba la vida tocando en boliches nocturnos, por eso, a pesar de tener la misma edad que yo, por sus experiencias de vida ya parecía un “viejo” cuarentón. Fue María Inés la que lo definió en pocas palabras “Siempre que me mira, siento que me está desnudando”. Luego, presentó al otro muchacho y finalmente a mí. Muchas veces rememoro las palabras con las me presentó el día que acudimos a nuestro primer ensayo “Él es José Luis, tenor, si desafina o comete algún error, péguenle un codazo porque lo hace a propósito”

húngaro

A Tinával való meghiúsult kapcsolatom volt az életem alapvető változásának mozgatórugója, mert rosszindulatú ember szerepemmel visszaélve végül és a környezet megváltoztatására, mivel utolsó éves voltam, elkezdtem magam mögött hagyni a télikertet. végül elfogadta Antonio Russo professzor meghívását, hogy csatlakozzon az Építészeti Kórushoz. Nem sokkal ezelőtt neki köszönhetően a zenéhez fűződő fogalmam és kapcsolatom is megváltozott és ez a következőképpen történt: A konzervatóriumban minden szakos hallgatónak kötelező volt a Kórusének is, de sajnos a tanár Az ember aki a kórust irányította, szó szerint középszerű volt, igazgatóként és tanárként is, így az órák tiszta zaj, rendetlenség és kacagás volt. Ennek ellenére néhány könnyű művet elénekelve részt vettünk egy kórustalálkozón Pergamino városában. A buszon visszafelé az idősebbek kinyitottak pár üveg alkoholt, amit sikerült becsempészniük, megkínáltak egyet Tío Pacoval, és én, a Tinától való elválás miatt még mindig elszomorodva, megittunk egy fél üveget egyenesen a kifolyóból. . Nem tudom, hogy bírtam ki az út hátralévő részét, de ahogy elértem a célt, éreztem életem két részegsége közül az elsőnek a következményeit.A kórus néhány tagja, köztük Luis José és akkori barátnője, későbbi felesége, Leticia, vigasztaltak, és segítettek kihányni Tio Paco maradványait egy kávézó fürdőszobájában, mivel nem akartam és nem mertem ilyen állapotban hazatérni. Néhány héttel a koncert után értesítést kaptunk, hogy a kórusvezető nyugdíjba vonul (talán kirúgták), helyette jön egy fiatalabb, Maestro Antonio Russo. Rögtön az első próbán világossá tette számunkra, hogy a dolgok gyökeresen megváltoznak. Szigorú volt, meglehetősen kérlelhetetlen, de minket is meglepett és leigázott személye, tudása. Azt hiszem, ez volt az első alkalom, hogy egy igazi zenészt láttam magam előtt, ahogy mindig is elképzeltem. A próbák intenzívek voltak, folyamatosan lökött minket, de még így is nehezen tudtuk magunk mögött hagyni azt a szokást, hogy ne vegyünk olyan komolyan egy témát, amiről azt hittük, hogy nem érdekel vagy érdekel minket annyira. Eljött egy nap, amikor egy meglehetősen terjedelmes Schumann-partitúrát próbáltunk, és a tanár dühös lett, ahogy csak tudott, elvörösödött, összeráncolta a homlokát és szinte sziszegett, kemény és becsmérlő szavakkal dorgált minket.Aztán figyelmeztetett, vagy inkább megfenyegetett, hogy feladatként a teljes kottát át kell tanulmányoznunk borítótól borítóig, majd véletlenszerűen egyénileg el kell énekelnünk az általa jelzett részt. A következő próbán minden úgy történt, ahogy ő figyelmeztette, sorra válaszoltak, volt, aki rosszul, volt, aki alig. Én, bízva a szerencsecsillagomban, megzavarodtam, hogy megbeszéljek valamit egy partnerrel a tenor lelátón. És hirtelen meghallottam a nevemet, ami halálos ítéletnek tűnt, mert otthon még a kottát sem nyitottam ki. "Pinczinger diák, lapozzon így, X-től Y-ig." Felálltam, és a kottát fogva remegő kézzel elénekeltem az eljátszott részt anélkül, hogy észrevettem volna idegességem miatt, hogy nem hibáztam. Amikor befejeztem az éneklést, a tanár néma maradt néhány másodpercig, majd meglepetésemre a többiekhez szólt, engem példálózva, ahogyan én készítettem és tanultam a kottát, ahogy ő is. kérte. Furcsa érzéssel ültem a helyemen, hogy valami nem stimmel.Amikor vége lett a próbának, felkerestem a tanárt, és bevallottam, hogy a valóságban egyáltalán nem tanultam, nem érdemlem meg a dicséretét, sem azt, hogy példaként álljak mások előtt. A tanár rám nézett, és azt mondta: „Tehát első látásra elénekelte a saját részét.” Igen, válaszoltam, mert mindig is ezt csináltam, de anélkül, hogy tudatában lettem volna ennek a képességnek a dimenziójával. Csak abban a pillanatban jöttem rá, hogy különleges ajándékot kaptam, amely megérdemli, hogy megbecsüljenek. És akkor hívott fel először, hogy csatlakozzam az Építészeti Kórushoz. Pár hónapig ellenálltam, a korábbi tapasztalatok miatt nem győzött meg a gondolat, hogy egy másik kórus tagja legyek. De ragaszkodott hozzám María Inés zongoraművésztársam is, akibe az elmúlt években, mint az intézetben gyakorlatilag minden férfi, eredménytelenül „szerelmes voltam”.Egy velem egyidős lány volt, nagyon tehetséges, érett, hihetetlenül érzéki, csábító, vidám és magabiztos modorából adódóan sok csatát megvívott szerelem terén, aki nem csak álmaimban tűnt fel prototípusaként. a nőiességet, de, ahogy korábban mondtam, sok más kollégának, köztük Luis Josénak is, ahogy egykor bevallotta nekem. De annak ellenére, hogy María Inés elérhetetlen volt az olyan galambok számára, mint én, bizonyos baráti kapcsolat volt köztünk, bár nem szoros, de derűs, tiszteletteljes, őszinte és ragaszkodó. Ő, akit elcsábított a mester személyisége (később megtudtam, hogy ő is a szeretője volt egy rövid ideig), és mivel gyönyörű szoprán hangja volt, elsőként válaszolt a felhívásra, hogy csatlakozzon a kórushoz, majd később győzzön meg arról is, hogy beilleszkedjek egy másik világba, ahol a zene és az éneklés teljesen más jelentést kapott, mint amit a Konzervatóriumban tapasztaltam. Hárman voltunk tenorok, akik részt vettünk a Kórus első próbáján, és soha nem fogom elfelejteni azokat a szavakat, amelyekkel Russo mester bemutatott.Először Gerardót, egy fiatal zongoraművészt mutatta be, aki mindig szigorúan öltözött ingben, kabátban és nyakkendőben, cigarettával a kezében, aki szórakozóhelyeken játszott, így bár egyidős velem, az életben szerzett tapasztalatai miatt már úgy nézett ki. mint egy „régi” negyvenes. María Inés volt az, aki ezt néhány szóban megfogalmazta: „Bármikor rám néz, úgy érzem, mintha levetkőzne.” Aztán bemutatta a másik fiút és végül engem. Gyakran emlékszem a szavaira, amelyeket az első próbánk napján ismertetett velem: „Ez José Luis, tenor, ha nem hangolódik, vagy hibázik, bökd meg, mert szándékosan csinálja.”

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